Que ciertas corrientes feministas han traicionado a las mujeres, o al menos a una enorme porción de ellas, es un rumor cada vez más audible. Pero nada obliga a que las cosas sea así; no siempre han sido así. Es en tiempos más bien recientes que el feminismo —capturado por un progresismo cada vez más agresivo—, ha adquirido este carácter monolítico, afirmando representar a la mujer al tiempo en que se resiste incluso a describirla o reconocerla como tal. Sin embargo, existe un pasado mucho más variopinto, que refleja una discusión abierta respecto de cómo conjugar los bienes de la libertad y del cuidado, y de cómo favorecer una vida social equitativa para mujeres y hombres. Y es posible que esa variedad se esté recuperando. Pero para que eso ocurra han debido alzarse nuevos referentes, dispuestos a romper de modo radical con el mainstream académico y político.