El relato que sigue es una historia de amor y de sacrificio, de unión y de desgarro, vividos en un mismo lugar. Sus protagonistas son personas reales, hijos de su tiempo: un lúcido agricultor que captó, con imaginación y trabajo, el auge cerealero chileno de la segunda mitad del siglo XIX, creó un importante conglomerado agrícola y dejó un sorpresivo testamento. Su hijo de 20 años, educado en el Santiago de la Belle Époque, entre las definiciones políticas y religiosas propias de la Revolución Industrial y la Cuestión Social, que tras la muerte de su padre, y a muy temprana edad, se enfrentó a una pregunta impostergable. Una joven que sufrió la deportación injusta de su padre, la muerte de su madre y la enfermedad de sus hijos; que ya anciana y pocos días después de enviudar trágicamente, visitó a Salvador Allende en la casa de Tomás Moro para buscar algo de justicia. Todos hombres y mujeres que, en los años posteriores a la Gran Depresión, desafiaron la teoría marxista porque creían que el progreso de las sociedades proviene del libre ejercicio de los talentos individuales. Personas quienes, fieles a su formación cristiana, promovieron la justicia y la igualdad de oportunidades, dando testimonio de ello con su vida. En fin, mujeres y hombres que conservaron y trasmitieron, a través de épocas turbulentas de la reciente historia de Chile, el acervo humano esencial de su identidad. Nilahue ha sido el lugar donde todo ello ha ocurrido durante los últimos cuatrocientos años. Tierras originalmente estériles del secano costero de la provincia de Colchagua que, sin embargo, han sido fecundas. El amor y el dolor le han servido de abono.