Muchos años han pasado desde el asesinato de Jaime Guzmán. Fue el primer lunes después de Semana Santa. Dejaba él su sala de clases en el Campus Oriente de la Universidad Católica tras impartir su cátedra de Derecho Constitucional y allí, afuera en los patios de la Universidad que tanto amaba, estaban sus verdugos esperando consumar el crimen de una de las personalidades públicas más prominentes de Chile.